En la práctica avanzada de la psicoterapia, la resistencia no es patrimonio exclusivo del paciente. También emerge en quien acompaña: un freno sutil que limita la presencia, la curiosidad y la capacidad de sostener el dolor ajeno. Este artículo aborda cómo gestionar la resistencia del terapeuta desde una perspectiva clínica, somática y relacional, integrando apego, trauma y determinantes sociales de la salud.
Una mirada experta: por qué la resistencia del terapeuta importa
En Formación Psicoterapia, dirigida por el psiquiatra José Luis Marín, con más de cuarenta años de experiencia clínica en psicoterapia y medicina psicosomática, vemos a diario que la alianza terapéutica se fortalece cuando el profesional reconoce sus propios límites defensivos. Nombrar, comprender y transformar estas resistencias favorece cambios profundos y sostenibles en los pacientes.
La resistencia del terapeuta es un fenómeno relacional y corporal. Se expresa en microevitaciones, excesos de control, hiperintelectualización o colusiones con defensas del paciente. No se trata de un fallo moral, sino de una respuesta neurobiológica y biográfica ante el estrés, el trauma y el contexto.
Definición operativa: ¿qué es la resistencia del terapeuta?
Es el conjunto de patrones conscientes e inconscientes que reducen la permeabilidad al encuentro terapéutico. Incluye las respuestas de contra‑transferencia no mentalizadas, el retraimiento por miedo a dañar, la urgencia por “arreglar” y los enactments que repiten experiencias tempranas propias o del paciente.
Su base es biopsicosocial: la historia de apego del profesional, su exposición a trauma vicario, la carga asistencial, la incertidumbre económica o institucional y el estado del sistema nervioso en cada sesión. El cuerpo del terapeuta, igual que el del paciente, es escenario de la clínica.
Cómo gestionar la resistencia del terapeuta: un mapa clínico
Antes de la sesión: preparación somática y foco relacional
Unos minutos de orientación interoceptiva ayudan a situar el sistema nervioso en una ventana de tolerancia adecuada. Sentir apoyo en los isquiones, soltar mandíbula y alargar la exhalación optimiza la disponibilidad. Definir una intención clínica breve ancla el trabajo sin rigidizarlo.
Revisar el patrón de apego del paciente y el propio estilo relacional previene enactments. Formular hipótesis provisionales sobre dónde podría aparecer la defensa del terapeuta invita a la curiosidad. Preparar frases de meta‑comunicación reduce la reactividad ante lo inesperado.
Durante la sesión: microajustes, ritmo y meta‑comunicación
Cuando surja una tensión somática o un impulso a dirigir, es preferible pausar dos respiraciones y nombrar el proceso: “Noto prisa por encontrar una solución; me gustaría entender mejor qué necesitas ahora”. Este gesto transforma la resistencia en una herramienta diagnóstica y relacional.
El silencio con propósito y la modulación de la voz regulan la alianza. El terapeuta puede alternar preguntas abiertas con reflejos afectivos de baja intensidad, evitando la sobrecarga. Reparar pequeñas rupturas a tiempo evita que la defensa se cristalice en el vínculo.
Después de la sesión: integración y supervisión focalizada
Registrar por escrito sensaciones corporales, imágenes, momentos de desconexión y decisiones clínicas proporciona material valioso para supervisión. Un debrief de cinco minutos, incluso en agendas exigentes, consolida el aprendizaje y previene el trauma vicario.
Cuando haya un error o una omisión significativa, preparar una reparación ética y proporcional en la siguiente sesión fortalece la confianza. La fiabilidad nace de la capacidad de reconocer fallos y de sostener el impacto en el cuerpo propio y en el del paciente.
Señales clínicas y somáticas que anuncian resistencia
Reconocer precozmente las señales permite intervenir sin dramatizar. Estas son algunas manifestaciones que vemos con frecuencia en consulta y supervisión:
- Hiperexplicación y pérdida de contacto con la emoción encarnada del paciente.
- Impaciencia, prisa por cerrar temas o cambios bruscos de técnica ante el malestar.
- Adormecimiento, bloqueo mental, niebla o apatía repentina durante la sesión.
- Dolores somáticos recurrentes (mandíbula, plexo solar, cefalea) que coinciden con temas sensibles.
- Colusión amable: evitar preguntar por miedo a reactivar trauma o a “ser intrusivo”.
Neurobiología del terapeuta: del nervio vago a la interocepción
La regulación del terapeuta depende de la integración cortico‑límbica y del tono vagal. La capacidad de interoceptar señales (latido, respiración, temperatura) predice mejor presencia clínica que el control voluntario de la atención. El cuerpo “sabe” antes que la mente cuándo estamos evitativos.
Pequeñas prácticas somáticas repetidas (exhalaciones largas, mirar a un punto estable, balanceo sutil) mejoran la variabilidad de la frecuencia cardiaca y la flexibilidad relacional. Esta regulación no es un accesorio: es la base fisiológica de la empatía no fusional.
Apego, trauma y enactments: el triángulo dinámico
Las defensas del terapeuta suelen resonar con configuraciones de apego específicas: evitativa (distancia y control), ambivalente (fusión y sobreesfuerzo) o desorganizada (caos y parálisis). El trauma temprano del paciente convoca recuerdos implícitos en quien acompaña, predisponiendo a repetir escenas conocidas.
Nombrar el triángulo (paciente–terapeuta–ausente significativo) y ralentizar la interacción previene la actuación. La curiosidad compasiva, más que la interpretación veloz, permite reorganizar significados y consolidar seguridad.
Evaluación estructurada: del rasgo al contexto
Proponemos un mapa simple de cuatro ejes: Rasgo, Estado, Contexto y Proceso. Rasgo: tendencias del terapeuta ante el apego y el conflicto. Estado: nivel de carga, sueño, estrés somático del día. Contexto: presiones institucionales y sociales que condicionan la sesión.
Proceso: lo que ocurre “entre” ambos cuerpos en tiempo real. Este eje incluye ritmo, tono, distancia física, silencios y micro‑rupturas. Evaluar los cuatro ejes antes y después de la sesión facilita decisiones clínicas coherentes y reduce la reactividad.
Intervenciones somáticas y relacionales concretas
Cuando aparezca bruma mental, orientarse a tres apoyos físicos (suelo, respaldo, respiración) y decir una frase que ancle: “Estoy aquí contigo, vamos a ir despacio”. Si surge hiperactivación, alargar exhalaciones y bajar el volumen de voz sintoniza con el sistema del paciente.
Si la defensa es colusiva, introducir gentilmente diferencia: “Comprendo que hablar de esto duele; ¿sería útil quedarnos un minuto más para entender lo que protege?”. Esta microintervención respeta el ritmo y, a la vez, amplía ventana de tolerancia.
Supervisión clínica: cómo pedir y cómo ofrecer ayuda
La supervisión eficaz no busca señalar culpables, sino ampliar perspectiva y cuerpo disponible. Llegar con escenas, sensaciones y decisiones, más que con diagnósticos cerrados, permite un trabajo vivo. La supervisión grupal ofrece espejos diversos y normaliza la vulnerabilidad profesional.
En momentos de alta complejidad o riesgo, considerar co‑terapia temporal o derivación parcial es signo de competencia, no de carencia. La seguridad del paciente y la salud del terapeuta van unidas.
Determinantes sociales y ética del encuadre
Muchos enactments nacen del choque entre sufrimiento y realidades materiales: tiempos breves, problemas de transporte, precariedad laboral o violencia estructural. Ajustar el encuadre sin romper la coherencia (frecuencia, honorarios, canal) reduce la carga y legitima el contexto del paciente.
La ética clínica integra compasión y límites. Explicitar decisiones y revisar su impacto fortalece la alianza. La autoridad nace de la transparencia y de la sensibilidad al cuerpo social que atraviesa cada consulta.
Casos breves de la práctica clínica
Caso 1: prisa por aliviar y pérdida de contacto
Paciente con dolor pélvico crónico y antecedentes de trauma. El terapeuta notaba urgencia por ofrecer soluciones, tensión en el cuello y frases largas. Se introdujo una pausa somática, se nombró la prisa y se exploró qué emoción no quería sentir el profesional. La sesión recuperó ritmo y el paciente pudo vincular dolor y vergüenza temprana.
Caso 2: colusión amable y estancamiento
Joven con apego evitativo. El terapeuta evitaba preguntar por miedo a invadir. En supervisión se detectó miedo al rechazo. Se ensayó meta‑comunicación respetuosa: “Temo ser intrusivo, ¿podemos acordar señales?”. La alianza se fortaleció y apareció el duelo por una crianza emocionalmente distante.
Medición y mejora continua
Usar escalas breves de alianza y de percepción de progreso, junto a notas somáticas del terapeuta, crea un cuadro más completo que los síntomas aislados. Revisar mensualmente patrones de sesión, rupturas reparadas y momentos de conexión permite orientar la formación continua.
Dominar cómo gestionar la resistencia del terapeuta exige práctica deliberada: elegir una microhabilidad por mes (pausas, meta‑comunicación, respiración) y medir su impacto. La ciencia se vuelve arte cuando se encarna en pequeños hábitos consistentes.
Plan personal del terapeuta: salud como herramienta clínica
La calidad de la presencia depende de sueño, descanso, nutrición y vínculos profesionales. Hacer hueco a actividades restaurativas y a la supervisión, incluso en contextos exigentes, es inversión clínica. Sin un cuerpo disponible no hay escucha profunda.
El autocuidado no sustituye a la formación avanzada ni a la ética. Es el suelo desde el que se sostienen la complejidad del trauma, el dolor somático y la desigualdad social que llega a consulta.
Formación especializada y práctica con supervisión
En Formación Psicoterapia integramos teoría del apego, trauma, medicina psicosomática y determinantes sociales en programas orientados a la práctica. Nuestras propuestas, coordinadas por José Luis Marín, están diseñadas para traducir evidencia en microhabilidades observables y medibles.
Los cursos incluyen trabajo somático del terapeuta, lectura clínica del cuerpo del paciente y estrategias de reparación de la alianza. Este marco te ofrece recursos concretos para profundizar en cómo gestionar la resistencia del terapeuta con rigor y sensibilidad.
Conclusión
La resistencia del terapeuta es un fenómeno inevitable y valioso si se reconoce a tiempo. Reposar en el cuerpo, trabajar con apego y trauma, y sostener la complejidad social transforma la práctica y la vida de los pacientes. Si deseas afinar tu presencia clínica y aprender cómo gestionar la resistencia del terapeuta de manera integral, te invitamos a explorar nuestros cursos y supervisiones.
Preguntas frecuentes
¿Qué es la resistencia del terapeuta en psicoterapia?
La resistencia del terapeuta es el conjunto de respuestas defensivas que limitan la presencia y la sintonía con el paciente. Puede manifestarse como prisa por solucionar, hiperintelectualización, colusión o parálisis. Su base es neurobiológica y relacional, y se modula con prácticas somáticas, meta‑comunicación y supervisión clínica orientada al apego y al trauma.
¿Cómo detectar a tiempo mi propia resistencia en sesión?
Presta atención a señales somáticas (tensión mandibular, apnea, prisa), cambios en el ritmo o en la voz y a la pérdida de curiosidad. Registrar micro‑rupturas, silencios incómodos y momentos de niebla mental ayuda a objetivar el fenómeno. Dos respiraciones conscientes y una frase que nombre el proceso suelen bastar para recuperar la presencia.
¿Qué técnicas ayudan a regularme sin salir de la relación?
Las exhalaciones largas, sentir el apoyo en el asiento y modular el tono de voz regulan el sistema nervioso sin desconectar del paciente. Añade meta‑comunicación breve (“propongo ir más despacio”) y reflejos afectivos de baja intensidad. Practicadas con consistencia, estas microhabilidades reducen enactments y sostienen la alianza terapéutica.
¿Cuándo debo llevar el caso a supervisión o co‑terapia?
Si hay estancamiento persistente, enactments repetidos, sensación de entrar “siempre igual” o señales de desbordamiento, es el momento de consultar. Lleva escenas, sensaciones corporales y decisiones clínicas, no solo diagnósticos. La supervisión grupal y, en casos complejos, la co‑terapia temporal fortalecen seguridad y eficacia terapéutica.
¿Cómo integrar determinantes sociales sin perder el encuadre?
Ajusta lo necesario y explícitalo: frecuencia, horarios o modalidades que reduzcan barreras reales al tratamiento. Mantén coherencia y revisa el impacto de cada cambio en la alianza. Reconocer el contexto del paciente disminuye colusiones y favorece intervenciones más precisas y humanas.